lunes, 3 de febrero de 2014

Reflexiones bolivianas...

Hace unos diez años que visité Bolivia por primera vez. En ese viaje tuve la oportunidad de visitar gran parte del país... aunque siempre te queda algo por ver. La Bolivia que conocí en ese momento tenía ese tipo de pobreza que duele mirar, esa pobreza que se siente ajena porque parece imposible que en el país en el que resides se pueda alcanzar (hoy día ni me es tan ajena ni miro la pobreza con esos ojos... me debo estar haciendo mayor). El altiplano y la selva parecían dos países distintos, no sólo geográficamente, su gente también. Pero hay algo común al boliviano, como pueblo, que los distingue de los demás. Una combinación de dureza, seriedad y sonrisas que no sé explicar, que los hace inaccesibles y cercanos a la vez.

Esa Bolivia extrema que conocí se repartía muy mal, los ricos eran muy ricos y los pobres eran muy pobres, ¿os suena? Todo esto fue previo a Evo Morales. Me gustaría que leyerais esto manteniéndoos al margen de tendencias políticas, de personajes políticos y demás historias, porque aunque creo que el cambio que he visto va unido al cambio de gobierno y de medidas, no quiero que se entienda como una defensa a Evo y sus políticas públicas.

En la frontera Bolivia - Chile nos tocó estar muchas horas esperando por culpa de la huelga de funcionarios de Chile. En ese transcurso temporal pude conocer muchas realidades, realmente toda una suerte. Pude hablar con chilenos, con bolivianos de la selva, con bolivianos de altiplano, con camioneros, chófer de autobús... en fin, toda una muestra importante y enriquecedora. En un momento dado en la frontera física de Chile, hablando con los funcionarios (que ya eran colegas nuestros casi), se acercaron dos bolivianos. Uno de mediana edad con su hija, el otro un anciano. El de mediana edad viajaba con la niña como regalo de buenas notas, la llevaba a conocer el mar y no era rico, sino no iría en bus. El abuelo no sé qué motivos tenía de viaje. Ya me resultaba agradable ver que un padre, hombre boliviano, viajaba con una niña, siendo como era una sociedad donde eso antes no encajaba, el padre solía ser una figura bastante distante ante sus hijos. Me preguntaron cómo había visto Bolivia diez años después y les dije que mucho mejor, que además de ver a cholitas con móviles, que era la respuesta graciosa, había visto ciudades limpias y más alegría en general. Se sintieron super orgullosos, y el viejito con lágrimas en los ojos me dijo que ahora era una persona, que iba a un hospital y le trataban como a una persona... Tenía dignidad, algo que a veces siento que se pierde en España. 

Me emocioné, me hicieron creer que es posible mejorar cuando todo parece estar perdido. Es una de esas cosas que se te pegan al alma, que te hacen creer en la vida y te ayudan a aprender a vivir. Recuperar la dignidad individual, la dignidad como pueblo, es imprescindible para ser feliz, al menos para que yo pueda ser feliz.

Nola

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