jueves, 26 de diciembre de 2013

El BUS boliviano

Todos los viajes que hemos hecho de momento por Sudamérica han sido en bus, así que hemos tenido la oportunidad de comparar calidades en los distintos países (cuando no tienes otra cosa que hacer durante horas, te dedicas a estas tonterías, ya ves). Lo que sucede es que, según nuestra humilde opinión, hicimos el viaje al revés.

Los buses peruanos son una maravilla, de sillones amplios, cómodos, te dan una mantita y una almohada, además de una comida relativamente buena y ponen pelis para no aburrirte... Bueno, lo de las pelis no sé si es bueno o malo... Y además son muy baratos. Una vez cruzada la frontera chilena, la cosa empeora un poquito, los buses chilenos son más caros, un poco más incómodos, algunos no te dan ni manta y, definitivamente, la comida es bastante peor. Pero claro, cuando entras en Bolivia...

La cosa fue más o menos así: Llegando a la estación, vimos un bus al que le faltaba la chapa delantera, la que tapa el motor, estarían arreglándolo, pensamos, pero no, era el nuestro preparado para salir (sospechoso). Entramos en el bus las primeras para prepararnos para el viaje que era durante la noche, nos vamos a nuestros asientos en la penúltima fila, lo cual nos resulta un poco extraño ya que seleccionamos nosotras los asientos y parecía que estaban en medio del bus (más tarde nos dimos cuenta de que los asientos que faltaban eran en realidad huecos del pasillo donde también iba gente). El bus estaba un poco mugriento, algo esperable, sin sorpresas de momento.
Al llegar a nuestro asiento vemos que la ventana está rota y pegada al marco con cinta de carrocero de los veinte duros, eso significó que nos pasamos todo el viaje masticando polvo que entraba por los huecos (ojú). Nos sentamos y vemos que el cinturón no tiene enganche, así que no se puede usar. Bueno, no pasa nada, el camino no es muy bueno así que no pueden correr mucho.

Al ratillo empieza a entrar el resto del mundo y se acerca a nosotras una cholita de unos doscientos kilos de peso con su correspondiente fardo de un tamaño similar a ella (ver foto más abajo) e intenta sentarse detrás de Nola. Primero entra ella, ya con bastante dificultad, y luego intenta ponerse el fardo en el regazo. Como era imposible -ya lo dice la ley de impenetrabilidad de la materia, dos cuerpos sólidos no pueden ocupar un mismo espacio, aunque creo que la cholita no había estudiado esto en el cole- Nola se llevó varios fardazos en la cabeza, además de alguna que otra torta a mano abierta hasta que convenció a la cholita de que dejara el fardo en el pasillo mejor.
Esta foto no es nuestra, sino de Cesar Catalán (http://www.flickr.com/photos/cesarangel/), muchas gracias.
Después de este pequeño inconveniente, ya parecía que estaba todo bien, las dos relativamente cómodas (todo lo cómoda que se puede estar en un asiento de bus con más de treinta años y sin haber renovado en todo ese tiempo el cojín donde te sientas) y nos dispusimos a dormirnos todo el viaje, que es lo que solemos hacer.

Y ahí salió el bus, con un traqueteo suavito a modo de carrito de bebé por las calles de la ciudad. Pero como no todo el monte es oréngano, se nos acabó la felicidad en cuanto pisamos carretera... Bueno, carretera por decir algo, era un camino de tierra duro como un cuerno (sí, desde el asiento se notaba, creednos) lleno de agujeros. Así que el agradable traqueteo de carrito de bebé se convirtió en unas sacudidas dignas de la Olla de la calle del Infierno (acordaos que no llevábamos cinturón) que cada 5 ó 6 minutos se complementaban con un bote que hacía que las dos volásemos del asiento y volvíésemos a caer en él (sí, sí, en el asiento ése blandito del que hablábamos) con el correspondiente descoloque de todo nuestro arsenal de mantas, almohadas, comida y cerámicas (de éstas os hablaremos otro día, porque vaya tela con la cerémica).

Y como no nos quedaba otra, nos pasamos todo el camino partidas de risa a cada salto, qué remedio :)

Al llegar al destino y recuperar nuestras mochilas del maletero, no las reconocíamos porque debían haber tragado el mismo polvo que nosotras por el camino.

Desde luego, no fue el viaje en el que más dormimos pero sí en el que más reímos...

Nola y Pi.

2 comentarios:

  1. Tía Cristina (de Pi)13 de enero de 2014, 3:12

    acabo de enterarme de la existencia de vuestro blog, y estoy disfrutando un montón con vuestras aventuras, aunque debo reconocer que desde mi cómodo sillón sufro una sana envidia de vuestro periplo. ¡Besos a las dos!

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    1. Jajajajjaa, la verdad es que más de una vez nos dan todas las ganas de quedarnos a vivir en casa de alguien y dejar de dar vueltas por el mundo como locas, pero luego nos echamos la mochila al hombro y se nos quita toda la pereza.

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